Iñigo Arregi se revela como un artista autodidacta y completo. Su obra, enraizada en sus raíces vascas y mondragonesas, refleja la herencia cultural de su lugar de nacimiento. Siguiendo la tradición de los grandes escultores vascos del siglo XX, Arregi destaca al esculpir el vacío y logra llevar la escultura vasca hacia la cotidianeidad.

El legado de Jorge Oteiza es evidente en su preocupación por el vacío y el juego de volúmenes. La obra de Arregi, una danza rítmica entre la rotundidad masculina y la ligereza femenina, transmite energía y electrifica el espacio. Su fascinación por objetos cotidianos, como llaves, puertas y árboles revela su interés en representar el acceso a nuevos niveles de conocimiento.

Las esculturas de Arregi se transforman, convirtiendo lo rígido en elástico y líquido. Su arte hipnótico invita a la reflexión y alimenta el espíritu del espectador, convirtiendo simples objetos en expresiones artísticas profundas y cautivadoras. Iñigo Arregi, más que un escultor, es un creador que fusiona la tradición con la innovación, dejando una marca distintiva en el panorama artístico contemporáneo.